La gran preocupación de Fernando Garrido, a lo largo de su azarosa vida, fue la defensa de la clase obrera contra todos los que intentaban explotarla y mantenerla en la incultura secular a la que siempre se le tuvo sometida. A través de sus numerosos libros, artículos, discursos, e intervenciones en las Cortes (I República), pretendía que la clase obrera tomara conciencia de su historia, la historia del progreso de la humanidad.
Soy consciente que cada cual es producto de sus lecturas de juventud. Estas reflexiones y pensamientos de Fernando, hoy, están tan de actualidad como cuando las expresó; problemas no resueltos que adquieren tanta vigencia por los acontecimientos que vivimos que, si no los resolvemos con sentido común es impredecible lo que puede ocurrir.
Fernando Garrido parte de una serie se supuestos previos, de entre los cuales se pueden entresacar del texto los siguientes principios fundamentales:
1º «Nada desarrolla más apetitos desordenados, monstruosos e insensato en el hombre que la posesión de riquezas que él no ha producido. La propiedad, hija de la conquista, creadora de todas las aristocracias, fue siempre el elemento más corruptor de la sociedad». Este principio queda precisamente con el siguiente.
2º «Puede establecerse como un axioma económico-político que el progreso y la libertad de las naciones son proporcionados a la mayor participación que tiene el que la cultiva en la propiedad de la tierra».
3º «Lo cierto es que las reformas políticas son impotentes cuando no entrañan una reforma social.» La explicación de este aserto viene dada en los puntos 4º y 5º.
4º «La libertad, por buena que sea, cuando se carece de ideal y se abandona a si misma, engendra el egoísmo con sus más funestas consecuencias» La libertad es el fin de la vida y el resultado del empleo de las facultades humanas según las leyes de la naturaleza, pero para conseguirla es indispensable que el medio social este purificado de elementos que alteren el mecanismo natural del hombre; no basta decir a un ser que respire cuando se tiene aprisionado en un atmósfera emponzoñada; menester es, lo primero, restituir al aire las condiciones que le son propias, y así no será una burla sangrienta la esperanza de libertad que se otorga, pero que no se consigue en la realidad de la vida». Débese entender que la libertad consiste en que todo hombre disponga de los elementos necesarios para el ejercicio normal de sus facultades y la satisfacción de las exigencias de la vida, pero se suele entender por libertad el abandono completo del individuo a sus propias fuerzas y a la consagración del derecho que tiene el hombre de discurrir y trabajar, aunque de hecho le sea imposible, por falta de recursos a trbajar y discurrir».
5º Por ello ocurre que la libertad es la ambición de la clase media, mientras que lo que el pueblo desea es otra cosa: igualdad, igualdad real, fraternidad, y no solo igualdad «ante la ley». La libertad, sin justicia, pronto llega a ser perversa, y «la justicia, sin la igualdad, es una palabra vacía de sentido». En definitiva, que «no basta declarar los derechos políticos para conseguir la emancipación de la clase trabajadora, porque aquellos vienen a quedar ilusorios cuando no se realiza la reforma social al mismo tiempo».
6º Las causas del atraso social eran, en la Edad Media, «las costumbres, la ignorancia de los siervos y el interés y poderío de los nobles». El poderío de los nobles se aplicaba en interés de que los siervos no perdieran sus costumbres y su ignorancia, por lo que estos dos factores parecen los más importantes, tal como se analiza:
a) La opresión necesita, para perpetuarse, apretar la tenaza de la ignorancia: «Señores hubo que prohibieron a los siervos enseñar a leer y escribir a sus hijos…» Incluso a finales del siglo XVII y en el XVIII, por parte de los dominadores ingleses, «se prohibió la instrucción de los niños católicos, a fin de que fuesen ignorantes los jóvenes irlandeses.
b) La ignorancia conduce a la costumbre que habitúa a los hombres a la injusticia, al confundir el hecho consumado con el derecho inalienable. «La mayor parte de sus propiedades (las de la aristocracia) son despojos de pueblos y de labradores ignorantes y miserables…, con lo cual se transmitió y aumentó (la propiedad), a pesar de todos los progresos sociales. Aun en la misma Revolución francesa, en cuanto a la propiedad privada, ocurrió que «en este concepto la Constitución del 93 estaba a la misma altura que la del 91 y tomaba el hecho por el derecho, sin elevarse a otra noción superior… Se establecían principios absolutos y se aceptaban hechos consumados»
7º La meta del progreso social es «elevar los proletarios a la condición de hombres felices» y no adoptar «la barbara medida del infortunio, haciendo a todos los hombres iguales en la miseria y en los dolores», como hicieron los valdenses y anabaptistas, siguiendo el misticismo cristiano, por cuyo influjo » la plebe sierva, al contrario, entreveía confusamente un ideal de justicia en la igualdad y buscaba en un comunismo antiprogresivo de igualdad, en el mal sentido de la palabra, una solución imposible al problema de su miseria».
8º La libertad de tráfico comercial, «como todas las libertades, favorece a los productores y consumidores mucho más que el privilegio y el monopolio. Ello se asienta, entre otras, en las siguientes razones.
a) La antigua pretensión de autarquía era económicamente errónea y socialmente funesta porque «de esto resultaba la miseria general y las hambres espantosas que desolaban con frecuencia las comarcas más feraces del mundo.
b) La lucha entre los poderosos siempre ha sido un indirecto factor de progreso para los humildes, aunque a costa de muchos sacrificios. Los reyes españoles concedían fueros y privilegios, incluyendo la emancipación, a los hombres que poblaban las ciudades fronterizas. Gracias a las luchas intestinas entre los «aumentaban la importancia, ora como productores, ora como soldados, de los hombres que estaban sometidos.
Traducido a términos actuales, esto significa que la concurrencia empresarial hace más necesario al obrero cuanto más fuerte sea; la apertura económica y de mercados hace preciso que la industria y la agricultura sean competitivas, y para ello la colaboración del obrero es imprescindible. Esto da una relevancia y posibilita unas exigencias que de otro modo no tendrían sentido en un sistema capitalista.
De aquí que el comercio fuera, y es todavía para muchas naciones, un medio político del dominio sobre otras y que en todas lo sea del predominio del comerciante sobre el productor, del capitalista sobre el obrero. Por ello, el secreto de la emancipación de las clases obreras depende de la subordinación de la función comercial a la productora, de la supresión, por el cambio directo del trabajo entre los mismos productores, de las densas nubes de intermediarios, parásitos improductivos que, apoderándose momentáneamente de la riqueza producida, imponen la ley al productor…
Que estos principios no contienen gran originalidad es patente a cualquiera. Conviene reparar, sin embargo, en que la HISTORIA DE LAS CLASES TRABAJADORAS es una obra ya centenaria, que en su época hubo de influir notablemente en la comprensión e interpretación de la historia, aunque hoy se encontrase casi sumida en el olvido, lo que hacía más necesaria su reimpresión.
23 de Junio 2011