He plasmado estos pasajes del libro (Las Ruinas de Palmira), por su interés histórico y porque así se puede entender los males que aquejan a la sociedad actual. El debate tan simple, pero tan contundente que se refleja, nos demuestra que la demagogia y el eufemismo imperante, han desplazado al sentido común para mantener unos privilegios que son de todos. Algunos dirán que, esto está caduco o es viejo, la respuesta es simple: Más viejo es el aire y lo necesitamos todavía para vivir. Una persona puede vivir 8/10 días sin beber, 40 días (como Ganhdi) sin comer, pero es imposible que se lleve 3 minutos sin respirar. Luego entonces si cada cual aspira el aire que necesita, ¿Porqué no cogemos lo imprescindible para la vida al igual que el resto de los animales?
A modo de ilustración
El Valor y el Precio de las cosas: Dos hombres en un lugar desierto; uno se dedica a cuidar su huerta, el otro a sacar oro de la mina. Cuando el hambre acucia al minero va a la huerta a comprar patatas; te doy un kilo de oro por un saco de patatas, le dice el minero al hortelano. El hortelano no le quiere vender, y a los tres días vuelve el minero con un saco de oro por medio saco de patatas, el hortelano sigue negando. Y a la semana, va el minero con las escrituras de la mina por tan solo un plato de patatas. El precio lo puso el minero, el valor el hortelano.
… Pues bien; anticipemos los futuros tiempos; descubramos a la virtud el siglo asombroso que está pronto a nacer, a fin de que a vista del objeto que desea, se reanime con un nuevo ardor y redoble los esfuerzos que debe hacer para lograrla.
EL NUEVO SIGLO
Apenas hubo proferido estas palabras, se oyó del lado de Occidente un ruido muy grande, y volviendo hacía él la vista, percibí a la extremidad del Mediterráneo, en el dominio de una de las naciones de Europa, un movimiento prodigioso, y tal como el que se ve en medio de una vasta ciudad, cuando se manifiesta en todas sus partes una sedición violenta, y el pueblo innumerable se agita y difunde, cual las olas de un mar embravecido, por las calles y las plazas públicas. Heridos al propio tiempo mis oídos por los gritos que llegaban hasta el cielo, distinguí a intervalos las siguiente frases.
¿Qué prodigio nuevo es este? ¿Qué plaga cruel y desconocida es esta? Somos una nación numerosa, ¡y parece que no tenemos brazos! Poseemos un suelo fertilísimo, ¿y carecemos de producciones! Somos activos y laboriosos, ¡y vivimos en la indigencia! Pagamos enormes tributos, ¡y nos dicen que no son suficientes! Estamos en paz con las naciones vecinas, ¡y nuestros bienes no están seguros entre nosotros mismos! ¿Cual es, pues, el enemigo oculto que nos devora?
Y algunas voces salidas del medio de la multitud respondieron: Levantad un estandarte distinto en torno del cual se reúnan todos los que por medio de útiles trabajos mantienen y conservan la sociedad, y entonces conoceréis el enemigo que os devora.
Levantado, en efecto, el estandarte, se halló esta nación repentinamente dividida en dos cuerpos desiguales, y de aspecto que formaba contraste: El uno, innumerable y casi total, ofrecía en la pobreza general de los vestidos y en los rostros morenos y descarnados, los indicios de miseria y del trabajo; el otro, grupo pequeñísimo, fracción imperceptible, presentaba en la riqueza de sus vestidos cargados de oro y plata y en la lozanía de sus rostros los síntomas de la holgazanería y la abundancia.
Y considerando a estos hombres con mayor atención, reconocí que el gran cuerpo estaba compuesto de labradores, de artesanos, de mercaderes y de todas las profesiones útiles a la sociedad, y que en el pequeño grupo sólo se encontraban curas y ministros del culto de todas jerarquías, empleados del fisco y de otras varias clases, con uniformes, libreas y otros distintivos; en fin, agentes religiosos, civiles o militares del gobierno.
Y hallándose estos dos grupos frente a frente, y mirándose con admiración, observé que de una parte nacía la cólera y la indignación, y de la otra una especie de terror; y el gran grupo dijo al más pequeño: ¿Porqué estáis separados de nosotros? ¿No sois una parte de nosotros mismos? No, respondió el grupo pequeñísimo, vosotros sois el pueblo; nosotros somos una clase distinguida, que tenemos nuestras leyes, usos y nuestros derechos particulares.
El pueblo:
¿Y de qué trabajo vivís en nuestra sociedad?
La clase privilegiada:
Nosotros no hemos nacido para trabajar.
El pueblo:
¿Como habéis adquirido tanta riqueza?
La clase privilegiada:
Tomando el cuidado de gobernaros.
El pueblo:
¿Qué decís? Nosotros nos fatigamos, ¡y vosotros gozáis! Nosotros producimos, ¡y vosotros disipáis! Las riquezas provienen de nosotros, pero vosotros las absorbéis. ¿Y a esto llamáis gobernar? ¡Clase, privilegiada, cuerpo distinto que no sois el pueblo, formad vuestra nación separada y veremos cómo subsistiréis! Entonces el grupo pequeñísimo, deliberando sobre este nuevo incidente, algunos hombres justos y generosos dijeron: «Es preciso reunirnos al pueblo y participar de sus cargas y ocupaciones, porque son hombres como nosotros, y nuestras riquezas provienen de ellos.» Pero otros dijeron con orgullo: «Que sería una vergüenza el confundirse con la multitud, porque está hecha para servirnos. ¿NO somos nosotros de origen noble y puro de los conquistadores de este imperio? Recordémosles a esta multitud nuestros derechos y su origen».
Los nobles:
¡Pueblo! ¿Os olvidáis que nuestros antepasados han conquistado este país, y que si vuestro origen ha obtenido su salvación fue con la condición de servirnos? Ved, pues, nuestro contrato social; ved el gobierno constituido por el uso y prescrito por el transcurso del tiempo.
El pueblo:
¡Origen puro de los conquistadores!, manifestadnos vuestra genealogía, y entonces veremos si lo que en un individuo es robo y rapiña, viene ser virtud en una nación
Y al instante se oyeron voces en diferentes punto, que llamaban por sus nombres una multitud de nobles, y citando su origen y sus parientes, nombraban a sus abuelos, bisabuelos y a sus mismos padres, que habían nacido mercaderes, artesanos, y después de haberse enriquecido sin detenerse n los medios, habían comprado a peso de oro su nobleza. ¡Mirad, decían, mirad estos hombres de fortuna, que no reconocen sus parientes! ¡Mirad estos reclutas plebeyos que se creen ilustres veteranos! Lo que causó rumor y risa. Para impedirla, algunos hombres astutos gritaron y dijeron: ¡Pueblo bondadoso y fiel, reconoced la autoridad legitima: el rey lo quiere y la ley lo ordena!
El pueblo:
Muy bien; pero decidnos qué significa legitima si no intima a la ley, escrita en ella; ahora, si los reyes solos hacen la ley, ellos también se hacen legítimos. ¡Amigos de los reyes! decidles que el solo legítimo es el gobierno justo; porque el pueblo es el número mayor que en la balanza pesa más que el pequeño. Oprimir al pueblo, engañarlo, aquí es la usurpación.
Y a esto dijeron los militares privilegiados: «La multitud no sabe obedecer sino a la fuerza; es menester reprimirla. ¡Soldados, castigad este pueblo rebelde!»
El pueblo:
¡Soldados! Vosotros sois nuestra propia sangre. ¿Seréis capaces de ofender a vuestros parientes y hermanos? Si el pueblo perece, ¿Quien mantendrá el ejercito? Y los soldados, bajando las armas, dijeron: «También nosotros somos pueblo; mostradnos el enemigo» Al ver esto manifestaron los privilegiados eclesiásticos que ya no quedaba sino un recurso, cual era el de aprovecharse de la superstición del pueblo y espantarle con el nombre de Dios y de la religión.
El pueblo:
Mostradnos vuestros poderes celestiales.
Los sacerdotes:
Es menester tener fe; la razón descamina.
El pueblo:
¡Gobernáis sin raciocinio!
Los sacerdotes:
Dios quiere la paz; la religión prescribe la obediencia.
El pueblo:
La paz supone la justicia; la obediencia quiere la convicción de nuestras obligaciones.
Los sacerdotes:
No estamos en este miserable mundo sino para sufrir.
El pueblo:
Pues dadnos el ejemplo.
Los sacerdotes:
¿Viviréis sin Dios y sin reyes?
El pueblo:
Queremos vivir sin tiranos.
Los sacerdotes:
Necesitáis de mediadores.
El pueblo:
¡Mediadores cerca Dios y de los reyes, cortesanos y sacerdotes!, gracias; vuestros servicios son demasiados dispendiosos, y nosotros trataremos directamente nuestros negocios.
Entonces el grupo pequeñísimo dijo: Todo está perdido; la multitud se halla ilustrada.
Y el pueblo respondió: «Todo está salvado, porque hallándonos ilustrados, no abusaremos de nuestra fuerza ni pretenderemos más que nuestros derechos. Teníamos resentimientos, pero los olvidamos; éramos esclavos; podíamos mandar, y solo queremos ser libres, y la libertad no es sino la justicia»
(Pero la codicia sigue. La avaricia inventó la globalización que ha nucleado en menos manos la riqueza mundial y ha sembrado al mundo de más pobreza y miseria)
6 de mayo de 2.011