Ahora más que nunca es necesario recuperar los valores que hizo avanzar a la sociedad. Ahora que han camuflado la realidad por el eufemismo para seguir manteniendo los privilegios y el poder.
Los gobiernos en vez de trabajar por los ciudadanos menos favorecidos, están más preocupado por salvar a la banca inyectándoles miles de millones en detrimento de los trabajadores; como si aquellos fuesen los que produjeran el mantenimiento de la sociedad. Han cambiado el termino empresario por el de emprendedor, para ocultar la explotación a la que son sometida las clases trabajadoras. Ahora los mercados aparecen como los pobrecitos que crean riquezas y están soportando todo el peso de la crisis, pero no tiene escrúpulos al ocultar la verdadera situación en que viven millones y millones de trabajadores.
De siempre los pueblos más ricos han sido los más trabajadores y los más ahorradores. Ahora, nos incitan a gastar más y con ello que las familias se arruinen para caer en sus garras. Los que verdaderamente deberían orientarnos, (historiadores) se mantienen callados haciéndoles el juego y sumiendo a la sociedad en la más triste de las ignorancia.
Llenan están las bibliotecas públicas y privadas de historias generales de imperios y naciones, de sociedades antiguas y moderna, barbaras o civilizadas; de historias universales y particulares de reyes y de castas aristocráticas, de guerras y de conquistas; de historias de las religiones, de la filosofía, de las artes, de las ciencias; pero de historias de las clases trabajadoras, de los laboriosos obreros, productores de la riqueza, de los talleres agrícolas e industriales, clases y cosas todas sin las que habría reyes, ni emperadores, ni imperios, ni sociedades, ni ciencias, ni religiones, ni artes, sin las cuales la humanidad no podría existir sobre la tierra, esa historia no la hemos encontrado en ninguna parte.
La causa a que, en nuestro juicio, puede atribuirse este gran vacío en la bibliografia histórica consiste en que hasta ahora las clases trabajadoras vivieron, moral y materialmente, en la condición de vencidas, y los historiadores se complacieron siempre en escribir la historia de las castas vencedoras, de los conquistadores, de las ideas predominantes, de las teologías oficiales, presentando con los colores más sombríos y bajo el aspecto más denigrante a los vencidos, a los esclavizados, a los subyugados, que formaron la parte oscura de sus cuadros, destinadas solo a dar realce a la luminosa apoteosis de los explotadores victoriosos, presentados a la admiración de la generaciones como la encarnación de la justicia, de la verdad, de la ciencia, de la fuerza y del derecho.
Las historias nos presentan a las clases trabajadoras, con relación a las explotadoras, gobernantes e imperantes, como la materia pasiva con relación a la humanidad activa, que se sirve de ella como de instrumento de su propia elevación y grandeza; y así como el hombre hace del hierro el arado con que remueve la tierra, de cuyos jugos se alimenta, lo mismo que el puñal fratricida , la llave con que la avaricia guarda su tesoro y la ganzúa con que el ladrón se lo apropia, así vemos, por doquiera abramos la historia de las sociedades humanas, a los grandes bandidos, llamados guerreros, conquistadores y reyes; a los explotadores del trabajo, a la clerigalla parásita de todas las religiones, servirse, como de dóciles metales, de las clases trabajadoras, convirtiéndolas en instrumentos de sus ambiciones, en forjadores de cadenas con que esclavizar a sus hermanos, en esgrimidora de espadas para asesinarlos, en instrumentos pasivos siempre, sometidos, como bestias de carga, a ajenas voluntades.
Por doquiera la historia nos presenta el fenómeno desgarrador, que la mente no concebiría si no fuera un hecho de carácter tan universal, de ver a la humanidad, que es una en esencia y cuyos individuos son todos formados de igual argamasa, dividida en dos categorías: los que producen y los que consumen, los que mueren de hambre y los que revientan de hartos, los que sufren y los que gozan, los que obedecen y los que mandan; en una palabra, los que constituyen el rebaño y los que los explotan, los que vierten su sangre en los combates para que otros cojan los laureles y los que obtienen las ventajas de las victorias que otros han ganado, los que agotan sus fuerzas y consumen su vida creando todas las maravillas del lujo, del refinamiento, de la aplicación de la materia por sus infinitas transformaciones a la satisfacción, no solo de las necesidades, sino de las comodidades y del regalo de la vida, viviendo entre tanto sumidos en la mayor miseria, en la carencia de lo agradable y de lo útil y hasta de los más indispensable para la conservación de la existencia, y los que, sin haber hecho el menor sacrificio, sin haberse tomado la menor pena, sin dar nada a cambio de lo que reciben, viven rodeados de todas las maravillas que el arte, la industria y las ciencias producen, acaparando todos los adelantos de la civilización.
Rara vez, en efecto, se ha dignado la historia consagrar algunas lineas a las clases trabajadoras, porque aun con todas ellas, y son muchas, no ha tenido bastante para referir los hechos y hasta los menores gestos de príncipes y magnates, de los héroes, de los sacerdotes y de las aristocracias civiles, religiosas y militares que bajo toda clase de denominaciones han venido imperando y disputándose el dominio de los pueblos desde los tiempos más remoto hasta nuestros días. Pero ese dualismo, esa contraposición de humildad y de orgullo de miseria y de riqueza, de trabajo y de holganza, de abstinencia y hartura, lo descubre el observador por cualquier parte que abra el libro de la historia.
Y ese terrible e inhumano dualismo existe todavía; aún puede decirse que, considerados en su conjunto, tomados en globo, los que con su sudor riegan la tierra, produciendo el pan que nos comemos; los que arrancan las primeras materias y las transforman, dándoles infinitas formas para que con mayor facilidad nos las asimilemos y usemos, que constituyen la mayoría del género humano, son los que viven más miserablemente, los que menos gozan de las mismas cosas que producen, mientras que la minoría, que no contribuye nada a producción de la riqueza, es la que de ésta más goza, formando, por lo tanto, una clase parásita y privilegiada.
La realización del progreso social puede y debe, no obstante, demostrarse por la transformación del modo de ser de estas clases privilegiadas, que han ido sucesivamente, y por una serie de evoluciones históricas, perdiendo su primitivo carácter de casta privilegiada se fueron transformando en su manera de ser; se han movilizado, concluyendo por mezclarse con todas las clases sociales, y menguando en importancia y acortando la distancia que las separaba de las clases trabajadoras, no solo por la perdida de sus privilegios, sino por la elevación relativa y sucesiva de grandes categorías de trabajadores, que desde el simple bracero al gran artista mecánico o liberal han llegado a formar una gradación casi imperceptible, a no ser que, mirándola a cierta distancia para abarcarla en su conjunto, se vea que los obreros que por medio de su trabajo pueden honradamente elevarse y vivir al nivel de las clases medias o acomodadas, son forzosamente en número tan reducido, que solo forman una excepción de la regla. Pero, en cambio, la historia tan bien nos muestra que, una vez levantado por encima del bajo nivel del común de las clases trabajadoras, los que ejercen los oficios y profesiones excepcionalmente favorecidos a que nos referimos, se convierten a su turno en explotadores de sus hermanos que quedaron debajo, por lo cual su elevación al mismo tiempo que es el resultado de un progreso, viene a ser un refuerzo que reciben las clases explotadoras.
5 de Febrero de 2012